Todos los fichajes, los rumores, que si pago la cláusula, venga no que cambiamos cromos, que si yo he siempre he sido culé y, por supuesto, vengo al club de mis amores. Gracias Zoran Vekic, tú haces mi verano mejor.

sábado, marzo 25, 2006

El botellón y Eto'o

Aducía el periodista Enric Banyeres en su blog, que si la entrega de la botella de Ballantine's la hace Kameni en vez de Palop, a Kameni le recibe hasta Durao Barroso. Su reflexión, que puede parecer escandalosa, es la siguiente: si se tira la botella a Kameni, racismo. Si se hace con Palop, de qué se trata?
A mi modesto entender, tiene toda la razón del mundo. Cuando salió el tema Eto'o a relucir, mi argumentación fue "violencia cero". Ni se debe permitir lo de Eto'o, ni se debe permitir lo de Guti, maricón, ni lo de vascos o españoles hijos de puta. Porque todas ellas son manifestación en el seno de la multitud de un elemento concomitante en el ser humano: el miedo a lo desconocido, al otro que no es yo, al alter. Por eso, nos etiquetamos con los apellidos de la familia, del clan; por eso pertenecemos a asociaciones, a clubs deportivos, porque necesitamos signos de identidad. Y, a veces, esos signos de identidad se exaltan mediante la exarcebación del odio a lo ajeno.
Reconozco que el racismo es una violencia sistematizada, con un pasado cubierto de sangre, pero, en el fondo, no es más que un vehículo de la violencia del ser humano. Violencia, que como demostró a principios del siglo pasado el sociólogo francés Gabriel Tarde, se explicita y multiplica en el seno de la multitud. Para Tarde, era muy importante que, para que la multitud mostrase su lado más violento y bajo, esta debía estar de pie. Casualmente como sucede en los estadios de fútbol. Es en la multitud donde, paradójicamente, el hombre puede identificarse como individuo. Y donde la electrización por contacto alcanza su punto más alto de rapidez y energía. Por ese motivo, los regímenes totalitarios montaban esa escenografía grandilocuente, porque sabían que en la multitud el individuo se disuelve en formas más primitivas de razonamiento y comportamiento.
El problema es la violencia en sí y su expresión en medio de la multitud. Aunque la gente, por razones de identificación personal o ideológica, le dará más importancia a una actitud hacia Eto'o o hacia un grito de subnormal. Bien, todas estas interpretaciones se basan en la cercanía. Si te han educado con valores y te han remarcado lo abominable del racismo y has visto casos cercanos, es normal que estés sensibilizado. Igual que lo está un familiar de una persona con síndrome de Down que se revuelve cada vez que oye la palabra subnormal como insulto. Y es que todos estos insultos son formas vehiculares de violencia. Y lo que empieza como algo pueril puede derivar en una violencia organizada. Que lo pregunten aquí, en Argentina o en Italia. Así que, o paramos con todo, o permitimos los insultos en los estadios como forma de desestabilizar al contrario. Hablamos de Inglaterra como paradigma de la lucha contra el racismo en el fútbol, pero vemos como seguidores del Liverpool zarandean la ambulancia que llevaba al hospital a Alan Smith, del Manchester, que iba con la tibia destrozada. O como lanzaron excrementos humanos a la zona de los seguidores del Manchester. Serán duros con el racismo, pero la violencia sigue.
Y buena parte de la culpa la tiene el gran luchador contra la violencia, Joan Laporta. Al conseguir no cerrar el Camp Nou, ha sentado un precedente para el resto de los equipos que no tienen más que señalar el hecho a Villar para que este llegue al punto de multar con tres mil miserables euros lo acontecido en el Calderón. Lo dicho, el listón sigue bajando y bajando. La violencia es más gratuita que nunca. Avisados estamos.