Todos los fichajes, los rumores, que si pago la cláusula, venga no que cambiamos cromos, que si yo he siempre he sido culé y, por supuesto, vengo al club de mis amores. Gracias Zoran Vekic, tú haces mi verano mejor.

miércoles, julio 26, 2006

El misterio Lotina



Hay misterios insondables en el fútbol. ¿Por qué Lillo tuvo que emigrar a México para demostrar su valía? ¿Por qué Iñaki Cano se ha visto privado de iluminarnos con su sabiduría futbolística en la Champions (esperamos ver tu imagen subido a la moto en la Vuelta a España)? ¿Por qué a los árbitros se les conoce por sus dos apellidos? ¿Por qué Andújar Oliver no tiene un sillón en la RAE? Pues bien, a esta lista de preguntas que bien tendrían un especial en el programa de Iker Jímenez, ahora se suma una más: ¿Por qué el entrenador campeón de la última Copa del Rey está sin banquillo?
Miguel Ángel Lotina pertenece a una categoría de entrenadores que no encajaría en el show-business del fútbol. Aunque desde hace un tiempo ha ganado en elegancia, esa imagen con el chándal y la gorra enroscada hasta la nariz le perseguirá por los tiempos de los tiempos. Su cara de eterna preocupación, tampoco. Lo cual no le ayuda a posicionarse como un entrenador de éxito. Y es que la percepción lo es todo en el fútbol.

La carrera de Lotina (y su inseparable gorra) tiene un antes y un después tras enfrentarse con el Numancia al Barcelona de Johan Cruyff. Su figura en el banquillo de Los Pajaritos se convierte en el icono del romanticismo futbolístico. Tras volver a coger las riendas del Numancia y subirlo a Primera, se hace cargo de un Osasuna deshauciado. Contra todo pronóstico, y con una banda que parecía sacada de cualquier película de Berlanga, lo sube a Primera y no contento con eso, y con más falta de efectivos que Robinson Crusoe en su isla, lo mantiene épicamente dos temporadas seguidas (bueno, la Real Sociedad también hizo lo suyo).
De ahí, da el salto al Celta de Vigo. En su primera temporada, consigue lo que el preciosismo de Víctor Fernández no había podido lograr: meter al Celta en la Liga de Campeones, toda una hazaña. Encuadrado en el grupo con el Milán, el Ajax y el Brujas, Lotina mete al equipo en octavos. Con un plantilla muy justa y con los nervios a flor de piel por el asunto no resuelto de las primas, Lotina se ve abocado a abandonar el conjunto vigués en plena temporada cuando el Celta coqueteaba ligeramente con los puestos bajos de la tabla.
En el Espanyol, se vuelve a repetir la misma historia. Coge a un equipo destinado a otras metas y lo hace grande al meterlo en la Uefa en una campaña espectacular. Al año siguiente, las tres competiciones pasan factura y el Espanyol salva la categoría en el minuto 91 de la última jornada. Pero, de nuevo, Lotina explota los recursos al máximo y consigue ganar la Copa del Rey en una final brillantísima frente al favorito Zaragoza.
Tras el paso por el club periquito, Lotina aspiraba a volver al equipo de su tierra, el Athletic de Bilbao. Pero diversos acontecimientos le han impedido ir a residir a la Catedral. Y lo que son las cosas, en el verano en el que más movimiento ha habido en los banquillos (hasta nueve cambios), ninguno tiene un sitio para Lotina, campeón de la última Copa del Rey.
Bien es cierto que sus equipos no practican un fútbol preciosista, pero tampoco lo hace Italia y ahí la tienes, campeona del mundo. El juego de Lotina se basa en el equilibrio y el juego compacto, en la gestión efectiva de la plantilla, con cierta debilidad por el sistema de contención frente al de creación. También es cierto que Lotina no les ríe las gracias a los periodistas y dice lo que piensa en las ruedas de prensa. Por estos motivos y por sus sospechosas segundas campañas, Lotina es hoy otro misterio de esos que nos azotan de vez en cuando nuestro mundo ilustrado y racional.
Esperemos que los nuevos acuerdos de la LFP y la FEF que permiten echar a un entrenador sin necesidad de abonarle el resto de temporadas, haga que Lotina vuelva pronto a un banquillo. Bueno, él y su gorra, por supuesto.