Bravo, bravo y bravo
Reconozco que tengo un vicio. Sus síntomas son muy específicos e inalterables. Este vicio aparece siempre por la mañana. Es poner un pie en la calle y un ligero espasmo sacude mi cuerpo; los pelos se erizan lentamente, el corazón comienza a bombear con mayor rapidez y la mente se pone en blanco.
Además, sigue una ley inmutable: cuanto menor es la distancia de mi cuerpo con un quiosco de prensa, mayor es la velocidad con la que se suceden los fenómenos fisiológicos. Y de repente llego al puesto de prensa, me detengo y apenas contengo la respiración. Reconozco que mi mirada no se detiene en la prensa generalista, apenas me importa lo que sucede aquí y allá. Con un rápido movimiento de cuello, mi cabeza busca desesperada el manantial de la felicidad: la portada del Marca. Y esta mañana, he vuelto a sentir el placer de nuevo corriendo por todos los centímetros de mi piel. Otra vez más, mis pulmones se han llenado de felicidad y una sonrisa sutil se ha dibujado en mi cara. He comenzado a aplaudir, a gritar bravo, bravo y bravo y me he puesto de rodillas y he iniciado una serie de movimientos de pleitesía hacia una nueva obra maestra. Al final, he tenido que parar porque el quiosquero ha salido corriendo y me ha pedido que parara, que le asustaba a la clientela.
Y es que el Marca se ha vuelto a superar. Sus juegos de palabras forman ya parte del Olimpo del periodismo en este país. Portadas como Raúl Madrid nos han llenado de orgullo. Y hoy, otra vez más el ingenio se volvió a hacer papel: "Kakálabazas". Maravilloso, genial.
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